Ante el rugido de la bestia al cronista se le queda rostro de sal. De qué hablo si nadamos entre tiburones, los más feroces criados por nosotros, lívidos escualos que cuando faltó el ladrillo vinieron a por los hígados. Oh, sí, Vega Sicilia ha renovado sus bodegas. Aunque sus caldos se antojen tan inalcanzables como el Vellocino de Oro, mejor los celebramos. El gran vino es de los pocos motivos de orgullo que nos quedan. También leo que tres grupos de rock and roll de la Comunidad, jóvenes, prometedores, actuaron en la Plaza Mayor: bien está apoyarlos ahora que ser músico resulta un oficio comparable al de GEO o maestro de escuela. Y según Science algunas de las pinturas rupestres más antiguas de Europa se encuentran aquí.

Mi problema es que siendo capaz de escribir no una sino cien columnas con el vino, el rock o el Paleolítico como leit motiv, salgo a buscar motivos para hacerlo y no encuentro. Como si hubiera caído un torrencial aguacero de petróleo, los campos locales brillan oscuros: la noticia, estos días, pasa por el enfisema del Euro. Lo local, universal o no, cede paso a la prima de riesgo, al diferencial del bono a diez años, al incendio anunciado del Partenón, a la posibilidad de que Europa, ese pararrayos, cante borracha hacia la muerte. Si cae, niños del mundo, si los lápices sin punta del mercado dibujan camposantos y os asustan, si volvemos a la atomización, a la peseta o el dracma, a los cincuenta o peor, a la autarquía, la paella con moscas y el gasófeno, prometo pasear mucho por los asuntos comarcales, la salud de nuestras pymes, o sea, de nuestros colmados, las Vírgenes de agosto, los festejos taurinos y el ascenso del Real Valladolid. Incluso teclearé una pieza costumbrista, melancólica, vestida de tibia pana, sobre los barquilleros del Campo Grande y sus cisnes. Entre tanto, mientras decidimos o no si esto se va al carajo, me van a permitir que remate genuflexo, yo que sólo creo en mí, mirando a Berlín y Atenas. Waiting for the miracle.

Julio Valdeón

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