En un lateral del Campo Grande, en Valladolid, la concejal de Cultura y Turismo, Ana Redondo, visitó la exposición #PHEdesdemibalcón, organizada por PHotoESPAÑA, que ha pedido a los españoles a que envíen sus fotografías del confinamiento, sección terrazas, ventanas, balaustradas, azoteas y balcones. Fenomenal. Primero de todo porque subraya la condición terapéutica, como de sustituto del antidepresivo o complemento del yoga, la meditación o el libro de autoayuda, que la modernidad ha concedido a las artes. Despojadas de cualquier pretensión indagatoria, perseguidos los discursos contracorriente, y asumido como reaccionario el talento individual, quedan confinadas/confitadas al perímetro que acota la teórica creatividad del grupo, equivalente pictórico y lisérgico, imposible, a la inmunidad de rebaño que buscaban Johnson y otros insignes cafres. Todavía más decisiva sería su condición de ventana antropológica a un tiempo y un país. Un tiempo de disparates. De muertos escondidos y periódicos acogotados si osaban informar. Un país de políticos exultantes por su gestión prodigiosa. Tan soberbia y brillante que presumen de haber salvado el cuero de no menos de medio millón de ciudadanos. Tan formidable que incluso sin mediar el exceso de muertos, miles, que dan el MoMo y los registros, o sea, sólo con el recuento de aquellos que se les practicó el test, sumamos 606,27 muertos por millón de habitantes. 606,27. Por los 372,34 de EE.UU y los 256,98 muertos por millón de habitantes de Brasil. En ese contexto, en ese desastre, los españoles salimos a los balcones por solidaridad con los caídos o los enfermos. Por devoción a unos profesionales sanitarios infectados en unos índices igualmente insoportables. E incomparables con el resto del mundo. Salimos, de paso, por solidaridad con nosotros mismos. Con nuestros miedos y soledades. El problema llega cuando en las portadas sustituímos los muertos por las discomovidas en los balcones y cuando el arte acepta la subalterna condición del consejero espiritual. El resultado fue surreal, terrible, vergonzoso. Qué gran exposición. Qué bonito recuerdo.

Julio Valdeón

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