«Estaba esperando a que alguien que empieza, algún cantante joven entre 18 y 22 años de edad, escribiera estas canciones y se pusiera de pie. Esperé mucho tiempo. Luego, decidí que tal vez la generación que tiene que hacer esto es la generación de los 60. Estamos todavía aquí». Neil Young vuelve al ring con un trabajo colérico. Tan asombroso que debes encadenarte al mástil de la objetividad para no volar los libros de estilo. Seis meses después del melancólico Prairy wind entrega una bomba: Living with war. Compuesto en tres días. Grabado junto a un bajista, un batería, un trompetista y un coro de 100 vocalistas, enfrenta los códigos del silencio. Pide la destitución del presidente Bush. Impeachment, grita, y el coro -¿la voz de América?- repite su lamento. Tambores de paz. Voces dopadas. Sonidos hormigueantes para el fin de una guerra. Saldrá a la venta el día 5 pero puede escucharse, de forma gratuita, en su página web (www.neilyoung.com).
Emparentado con Ragged Glory, largo del 91 repleto de guitarras que zumbaban como abejorros, los desarrollos instrumentales queman sin tregua y los mensajes directos explotan sobre un coro imantado. Contiene himnos equiparables a Rockin’on a free world, Hey hey, my my o Like a Hurricane.
Los críticos distinguen entre compromiso y panfleto. Alaban el primero; fusilan el segundo. Young borra etiquetas con tratamiento de shock. En su página web califica Living… como «una obra del estilo de las de Phil Ochs y Bob Dylan, pero metalera». ¿Metal/folk? Sí, y de qué forma. Enchufado al relámpago de la actualidad, el canadiense ha facturado el disco definitivo sobre EEUU post 11-S.
A mitad de Let’s impeach the president (Destituyamos al presidente), suena la voz del propio Bush. Sus mentiras sobre las armas de destrucción masiva, Katrina, etcétera, son subrayadas por el cantante, que grita junto al coro Flip… flop… flip… flop…mientras el presidente zigzaguea. Tras la avalancha de los nueve cortes previos, America the beautiful coloca, a modo de cierre, un arcoiris sobre el ojal del fuego.
La intrahistoria del disco hay que buscarla en Austin, Texas. Allí, durante el festival multimedia SXSW, Young recibió un homenaje. Micrófono en mano, su organizador, Roland Swinson, lo saludó entusiasmado. Alabó su trascendencia artística y política. Habló de Ohio, respuesta del artista a la muerte de cuatro estudiantes a manos de la Guardia Nacional cuando protestaban contra la guerra en Vietnam. «Esta sola canción de un artista canadiense tuvo más impacto que cualquier otra antes», y añadió, «Señor Young, ahora necesitamos otra canción». Grandes aplausos del público, mientras el interpelado comenzaba a agitar los cascabeles de una inspiración que arranca gritos de luz a las guitarras.
A Young lo avala el gusto por el riesgo. Ha parido obras maestras, bastantes, y unos cuantos discos menores, algunos incluso lamentables. Según su credo, lo importante es avanzar. Caballo loco del rock, funambulista profesional, involuntario gurú del grunge, hippie después de los hippies, comandante eléctrico, bebe de la tradición para catapultarla. Ha hecho del country, el punk y el folk un patrimonio feroz. Los espíritus de Johny Rotten y Jimi Hendrix cabalgan sobre su Gibson, siempre adornada con un símbolo pacifista.
Alicia Morgan, una de las voces de Living…, ha escrito en su blog: «Se trata de un clásico y hermoso disco de protesta. La sesión de grabación pareció un rally por la paz de 12 horas.Cada vez que leíamos una letra en una pantalla había lágrimas, abrazos y aplausos. Fue una experiencia muy espiritual, no puedo creer haber tenido la suerte de estar allí».
Los versos sinuosos, las metáforas trémulas del pasado, dejan paso a palabras como hachas: «Buscando un líder que reunifique el rojo, el azul y el blanco, antes de que se transformen en piedra/ Buscando alguien joven y fuerte, que limpie la corrupción/ Existe un líder, pero no está en la Casa, sino entre nosotros/ América es hermosa, pero tiene un lado sucio…», vomita en Lookin’ for a leader, uno de las 10 canciones. Aunque seguir sus pasos resulta un ejercicio arriesgado, Young anuncia que su cabeza continúa «llena de gigantescas, ruidosas guitarras». Quizá el próximo disco también nazca sobre un monzón de chispas, otro más para una carrera inagotable.
«¿Miedo a ser tachado de antipatriota? No, en absoluto. Lo que hace grande a mi país es su capacidad para escuchar las críticas. Creer lo mismo que el presidente no significa que seas un patriota», responde Young a una reportera de la CNN. «Pero usted es canadiense», insiste ella. «Pago mis impuestos en Estados Unidos desde hace 40 años. Vivo aquí. Mi mujer es estadounidense, mis hijos, muchos amigos lo son. No necesito pedigrís. Me limito a ejercitar mi derecho de expresión, una de las características fundamentales de los países libres».
Inasequible, la periodista contraataca. «Habrá quien opine que trata de aprovechar la bajada de popularidad del presidente. ¿Apela a su destitución para vender más discos?». Media sonrisa del maestro. «Bueno, ya sabes, no me incumbe, no tengo ni idea si venderá o no. Sólo me importa comunicar. Algunos discos míos vendieron mucho, otros nada. Vivir con la guerra es lo que hacemos. Además, podemos cometer errores, pero debemos cuestionarlos. Esta obra habla de reunificación. La conciencia de EEUU nos pertenece a todos».