Un tópico cantinflanesco dice que el country es música conservadora. Para quebrarlo, ha llegado Hank Williams III, heraldo anfetamínico para el siglo XXI. Gurú de una mezcla donde las guitarras acústicas y los baladones fronterizos vibran junto al punk, Hank III aterroriza las emisoras de Nashville con su cóctel arrollador.

La vocación musical del chico centellea en sus genes. Su abuelo, Hank Williams, muerto a los 29 años, mantiene la púrpura de rey del country. Hank Williams Jr., su padre, ha ejercido durante décadas como padrino de la facción bruta del género. Ahora, Hank III presenta credenciales: una discografía donde la herencia country copula con un amor confeso por los sonidos más acelerados.

Straight to hell (Directo al infierno), su tercer disco, profundiza en la senda de lo que el propio Hank III califica como hellbillie.Grabado casi de espaldas a su compañía discográfica, minimizando las presiones, Hank azota los surcos con descargas metálicas y sangre country.

Straight to hell ofrece una pasmosa colección de piezas. Reivindica a sus mayores (Country heroes) y arroja sobre el tapete las cartas de un trovador airado (Smoke&wine).

En directo, tras descargar hora y media de temas híbridos, Hank III regala al público otra media hora de propina junto a su banda alternativa, Assjack, grupo metalero sin concesiones. Claro que lo más interesante quizás estuvo antes, cuando el nieto del trovador que murió en un Cadillac a consecuencia de una crisis hepática picotea entre las músicas más diversas, invoca fantasmas, minimiza los aullidos y prolonga la violenta conexión que ha creado entre el country turbulento y los grupos de guitarras satánicas.

Tampoco se trata de una propuesta forzada: muchas luminarias del gansta rap consideran que nadie ha escrito unos versos tan salvajes como Johnny Cash cuando cantaba aquello de «disparé a un hombre en Rhino sólo para verlo morir».

Hank III siempre creyó que «haría rock hasta que no pudiera más»; después, «envejecería ejecutando country». Abrasó la adolescencia como miembro de diversas bandas metaleras. Con 21 años, tuvo una revelación: «Digamos que tres años antes hubo una noche loca y luego, con 21, supe que tenía un hijo. Fui al juzgado y me explicaron que debía soltar 40.000 dólares en concepto de impagos, más otros 400 mensuales para la manutención del chico». Hank III resolvió sus problemas económicos profesionalizando lo que hasta entonces había sido un impulso romántico, sin más pretensiones que la descarga de ruido. Presentó sus maquetas al sello Curb, especializado en country.

La ecuación estaba clara. Bajó un decibelio los impulsos sincopados y rescató las raíces del género, asumidas desde la cuna. Renunció a los préstamos fáciles. Optó por caminar en un valle oscuro, donde la mitología del sombrero Custom afronta nuevos sonidos con receptividad. Había nacido el hellbilly, sin más nomenclaturas que las paridas por un músico feroz.

El público más generalista tuvo ocasión de conocer a Hank III en un disco de tributo a Bruce Springsteen. Mientras la mayoría de los invitados optó por revisiones complacientes, temerosas del cancionero del Boss, Hank III se destapó con una versión narcótica de Atlantic City, presente ya en su segundo álbum, Lovesick, broke & drifting (2002).

El primer disco de Hank III, Rising outlaw (1999), mostraba a un descarado jovezno capaz de marcarse ritmos tradicionales mientras inoculaba elementos mestizos. Country, punk californiano, heavy primitivo y pinceladas de trash-metal trenzaron un insospechado debut que dinamitaba convenciones hasta provocar sarpullidos en una audiencia demasiado acostumbrada a la categorización estanca.

Julio Valdeón

© Julio Valdeón Blanco / Diseñado en WordPress por Verónica Puertollano (2012)