La vuvuzela mediática atrona copas y primas, pero me van a permitir que me apee en el andén de la amistad, sector periodismo en llamas. Esta semana murió del rayo José Luis Gutiérrez. Llevaba el oficio tan dentro que todo en su conversación parecía escupido por telex, de cuando las crónicas se enviaban a lazo. Si a media mañana sonaba el teléfono en Manhattan y escuchabas «Qué pasa, chaval», podías acabar tecleando sobre Foster Wallace o viajando a Sing Sing, en busca de los hombres locos que habitan la noche americana. Teníamos pendiente un reportaje sobre California y otro sobre Henry Miller en Big Sur. Hice los viajes pero faltan las crónicas. Y tantas piezas por cocinar, encargadas a mordiscos por el director más culto, empático y corajudo.

Como esto no es un obituario puedo incurrir en los clásicos Recuerdo cuando lo conocí, etc. Básicamente porque el material biográfico ya figura en decenas de artículos y servidor no puede, sin traicionarse, olvidar a quien fuera maestro y amigo. Anglófilo por biografía y vocación, José Luis viajaba con frecuencia a Nueva York. Allí me fichó para escribir una columna en Leer, rutilante milagro que consistía en publicar una revista de literatura y no estar majara. Algún día alguien me explicará como aquel fortachón letraherido, hijo de la cuenca minera y Billy Wilder, se las apañó para mantener durante veinte años una publicación semejante en España. A mí se me antoja tarea de héroes y voy a extrañar mucho su armazón de oso bueno, su voz tronante y su alegría. Esa que cultivó como una obligación autoimpuesta aunque los sátrapas del Sur quisieran lincharlo, arrollador incluso en estos tiempos de periodismo menguante, cuando boquea el oficio que amaba. Harto de comer mierda y enterrar a gente querida, le debo buscar una camisa y una americana en Syms, aunque nos han cerrado, José Luis, la tienda de Park Avenue, la que te descubrió José Oneto. Con esqueleto dandy y hielo largo en los huesos, acudiré al bar del Plaza y pediré el primer dry-martini. Celebrando mi propio funeral anticipado, toca brindar por la vieja luna nueva de nuestros pecados y esta penúltima primera plana.

Julio Valdeón

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