Coincide en el tiempo mi relectura de Las armas y las letras, el memorable ensayo con el que Andrés Trapiello revolucionó la mirada sobre el papel de los escritores durante la Guerra Civil, y el estreno de Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar. Le tengo ley al cineasta que rodó Tesis, Los otros y Mar adentro. Pero acaba de afirmar que «la dictadura se cerró en falso»y que «esa etapa quedó enterrada en todos los ámbitos, empezando por la educación». ¿De verdad? ¿No será más bien que ha conocido la peripecia de Unamuno a raíz del manual para adolescentes de Arturo Pérez Reverte, La Guerra Civil contada a los jóvenes, publicado en 2015? A lo peor confunde su acceso al conocimiento con el conocimiento. Porque, miren, el historiador Juan Pablo Fusi, hace apenas un año, ya explicó que «Entre 1975 y 1995 se publicaron 3.597 trabajos sobre el conflicto, de ellos, 1.542 eran libros, dos cada semana, por lo tanto ¿qué pacto de silencio?». La producción ha seguido creciendo del 95 a hoy. De forma incluso desquiciada al reparar en el histrionismo con el que ciertos medios informan de un Franco cada día más lozano. Sobran ejemplos de que la sociedad española, con todos los fantasmas puestos a secar junto al camino, bajo lagartos, cardos y espigas, exhibió durante la Transición y en años posteriores una resiliencia notable y una emocionante capacidad para cauterizar heridas y condonar deudas. Y es injusto decir que el asunto fue tabú. Recuerden, por ejemplo, que en 1987 TVE estrenó una serie documental de 30 capítulos sobre la Guerra Civil, con guiones escritos por historiadores como Manuel Tuñón de Lara, Fernando García de Cortázar, Alberto Reig Tapia y Ángel Viñas. Piensen en películas como Canciones para después de una guerra, Caudillo, Las bicicletas son para el verano, ¡Ay, Carmela!, Belle Époque… Melancólicos de sandeces, desesperados por la miopía de quienes no están dispuestos a reconocer que hicimos lo que pudimos y que fue mucho, conviene recuperar la palabra dura y pura de Unamuno. Regresar a quién ya enfermo, recluido en casa, destituido de sus cargos, escribió versos que todavía queman… «Cual sueño de despedida/ ver a lo lejos/ que pasó la vida,/ y entre brumas y en el puerto/ espera muriendo el muerto/ que fui yo». «Unamuno», escribe Trapiello, «el hombre más libre que ha dado España, no podía vivir al lado de quien exaltaba las cadenas, y, si no asesinado como Lorca, puede decirse que murió, en verdad, no sólo “de” España, como se dijo, sino “de” los españoles. Él mismo lo había escrito: “Los motejados de intelectuales les estorbarán tanto a los unos como a los otros”». Pero esto vete y explícaselo a Amenábar.

Julio Valdeón

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