Ya desde sus inicios Johnny Cash dibujó una trayectoria repleta de matices. Fruto de esta inquietud nacerá un puñado de discos conceptuales, Ride this train; Blood, sweat and tears; Bitter tears y Johnny Cash sings ballads of the true west. Abarcan del 1960 al 64. Conforman la veta del Cash trovador, comprometido con los desposeídos, enraizado en la tierra, depositario de las tradiciones del indio americano, las leyendas del Oeste, los sonidos y crótalos del desierto. Hay otros Cash, claro: el fiero rockabilly de los estudios Sun, el baladista enamorado, el rebelde con causa en San Quentin, el buen pastor o el sublime reciclador de canciones modernas; y siempre, el storyteller, el genuino, infatigable, veraz contador de historias.

Con el arrojo de un jinete sin vértigo, concienzudo, parcial y desacomplejado, como corresponde, Antonino D´Ambrosio, columnista de The nation, autor de un documental sobre Joe Strummer que debiera de estrenarse este 2010, acaba de entregar A heartbeat and a guitar, donde se cuenta la gestación de Bitter tears, según Chuck D «el álbum que nadie conoce y quizá el mejor de los que hizo Cash». Hermosa declaración de amor a los indios de Norteamérica, canción en blanco y negro a un Ira Eyes masacrado por los afanes caníbales de la guerra, valiente análisis de los fantasmas que acechan tras las banderas, disco maldito, bronco y vilipendiado, Bitter tears colocó a su autor en la vanguardia de los trovadores comprometidos, en la estela de Cisco Huston y Woody Guthrie, cabalgando junto a Rumblin´ Jack Elliot, Peter La Farge o un Bob Dylan que, no es casualidad, siempre lo veneró. Magnífico y oportuno, este librito.

Julio Valdeón

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