A una semana de iniciar un viaje que me llevará por Nashville, Memphis, Helena, Tupelo, Indianola, Nueva Orleans, etc., contacto con Roger Stolle, el hombre que ha volteado el delta de Mississippi. Quedamos en Clarksdale, donde murió Bessie Smith y echaron los dientes en el negocio Muddy Waters, John Lee Hooker o Ike Turner. Allí, en el pueblo con más garitos de blues del mundo (pero si quieres ver algún concierto mejor reserva a partir del jueves; el negocio está jodido y durante la semana los músicos se ganan el pan con oficios más respetables) hablaremos de cómo Chicago, primero, y el rock ´n´ roll, después, casi liquidan la escena. No del todo, claro. Descontados los fantasmas de Charley Patton, Mississippi John Hurt y Son House espero charlar con al menos siete u ocho artistas. Salgo con la idea de documentarme para una novela; quién sabe si los dioses serán amables y volveré también con un posible libro de reportajes, entre tormentas de bourbon y lamentos al dobro.

Stolle, productor de Big George Brock, firmó en 2008 un documental soberbio, M for Mississippi, en el que los actuales oficiantes del country blues, T-Model Ford, Jimmy Duck Holmes, Robert Bilbo Walker, Wesley Junebug Jefferson, Terry Harmonica Bean, etc., echan fuego por la boca, ponen en pie al personal y demuestran que el género sigue vivo aunque lo hayamos enterrado mil veces, que en el Sur profundo, le interese o no al público, percuten todavía las formas más rancias y rurales del blues (no diré puras porque semejante adjetivo resulta monjil y además dudo que el blues electrificado de Howlin´ Wolf fuera menos jondo que el Bukka White). La estupenda película de Stolle actualiza aquella espectacular filmación del desaparecido Robert Palmer (Deep blues, de 1991); de paso confirma que el mercado del DVD musical no sólo no frecuenta el sepulcro que algunos tememos sino que parece haber alcanzado una propulsión óptima.

Así las cosas Tribeca, el festival de Robert De Niro, me envía la programación. Corroboro que este año también habrá cine con música, pero, ay, se trata de Last play at the Shea, de Paul Crowder y John Small y a mayor gloria de Billy Joel. No parece el mejor sucesor para las joyas de otras ediciones. Pienso en Soul power, apabullante ejercicio en el que Jeffrey Levy-Hinte (editor de When we where kings), lejos del revisionismo adocenado, nos explicó en el East Village como recuperaba una (mínima) parte de la inmensa cantidad de película que dejaron los conciertos que a modo de prólogo saludaban el combate del siglo entre Ali y Foreman. B.B. King, Bill Whiters, Celia Cruz y la Fania All Stars y James Brown puchelaban soul, blues, funk con voracidad caníbal y la película lo demostraba. De parecido voltaje canónico acaba de editarse The T.A.M.I. Show, concierto desaparecido durante cuarenta y seis años del radar por cuestiones de derechos de autor. Dirigido por Steve Binder (responsable del 68 Comeback Special para la NBC) y Jack Nitzsche (arreglista y colaborador, entre otros, de Phil Spector y Neil Young), está considerado el primer concierto para TV, pionero además por presentar una alineación mixta… ¡Y qué alineación!: Jan & Dean, Chuck Berry, Marvin Gaye, Smokey Robinson, the Miracles, The Beach Boys, The Rolling Stones, The Barbarians, James Brown. El Padrino del Soul ofreció una actuación mayúscula, dieciocho minutos de nitroglicerina en vena que han sido definidos por Rick Rubin como «la mejor actuación del rock ´n´ roll jamás capturada en película». Dan fe los Stones, últimos del cartel, que tenían previsto salir justo después y tuvieron que esperar una hora a que el público bajara de la nube. No, no es buena idea colocar a un huracán de telonero.

Hablando de fenómenos atmosféricos desatados devoro Trunk show, el concierto de Young filmado por Jonathan Demme, segundo artefacto en su proyectada trilogía sobre el canadiense tras Heart of gold) y enésima coz de un músico que con casi setenta tacos, aunque la inspiración flaquee, sigue a su bola, ajeno al camposanto del rock comercial. A Demme, que presentó la película en el Lincoln Center, se le ve emocionado.

Julio Valdeón

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