¿Recuerdan la MTV? ¿El canal que encumbró el vídeo? Sí, hombre, esas películas generalmente vergonzantes en las que podías disfrutar de un Bruce Springsteen haciendo el memo (Dancing in the dark), a Bob Dylan con cara de Pero-qué-coño-hago-yo-aquí (Tight connection to my heart) o a, uf, una codiciosa Madonna luciendo sus mejores galas de putón italoamericano decidido a épater la bourgeoisie. Fueron concebidos para vender producto. Con la condición de que bajo el rímel no hubiera nada. Infortunada cadena de montaje, entre el merengue y la náusea, la MTV pobló la tv de maquillados heavys rodeados de conejitas Playboy, raperos incipientes, de unos londinenses con empaque de poligonera cool, de quienes confundían el plató con un ejercicio masturbatorio, de aquellos One hit wonders, del mesianismo incipiente de U2, el camp desplegado por la dupla Michael Jackson & John Landis o las rijosas monerías de unos Stones vergonzantes (She was hot). Unos pocos garantizaban el discutible prurito de autenticidad. El resto bamboleaba hombreras. Hasta que en 1992 el personal descubrió otros juguetes. El canal de música 24 horas pasó a ser un coleccionable. Series vomitivas y reallities pa´ no echar gota. A veces, vídeos potables. Merced a internet, disfrutamos de las grabaciones sin hacer gárgaras con la horterada ambiente ni violentar la música.
Veinte años después del fin de aquella MTV dos periodistas, Craig Marks y Rob Tannebaum publican I want my MTV. Resumen entre nostálgico y descreído de una emisora que con justicia se antoja ridícula pero en cuya sartén bailaron todos. El título homenajea el gritito de Sting en el jitazo de Knopfler. En sus páginas encontrarán anécdotas encocadas, directores de publicidad, modelos, arribistas, archimillonarios codiciosos, dinosaurios, censores, muñidores de la peor basura, profesionales del tedio, fenicios, modernos, burócratas del pelotazo, cuerpos dorados y cadáveres poco exquisitos. Sin olvidar la terrible herencia, en forma de planos desquiciados y montajes hiperactivos, que trasladada al cine resultó en una caterva de películas tan aparentes como acéfalas, tan pretendidamente urgentes como ridículas. Conviene, es terapéutico, abominar del modelo MTV. Suerte de Cuarenta Principales made in Hollywood que tanto contribuyó a reducir el rock a pulpa higienizada, incolora, insípida y lela. No siempre: los autores del libro ofrecen también argumentos sociológicos. El más curioso, que la MTV sirvió para que los adolescentes reprimidos de la América profunda, prisioneros en sus muy puritanos villorrios, descubrieran la estética de un Londres efervescente. No conviene tomarse a la ligera el benéfico impacto de contemplar a una loca como Boy George en Salt Lake City.
Aunque la MTV fuera lo más opuesto a la filosofía enarbolada por los fundadores de Ruta 66, celebro el artefacto por lo que tiene de arqueología de un tiempo ni mejor ni más noble. No olvido que entonces el pop, ayudado por el colágeno del vídeo, disfrutaba de una primogenitura social perdida. A veces, en tardes tontas, la añoro, impensable en los días del myspace y el fraccionamiento infinito. Me consuelo diciéndome que quién quiere sufrir al corrupto programador del canal cuando tienes a tu disposición, vía youtube, miles de horas de actuaciones vintage o incunables de asombrosa vigencia. La cara oculta del tránsito del corporate rock al collage actual sería la ingente cantidad de vídeos cutrísimos, pergeñados por ese personal que se comporta en los conciertos como turistas japoneses frente a la Mona Lisa. En cualquier caso no lloraré por la payola. Al cabo el rock and roll sonríe en las trincheras. Gente como Will Hoge, David Kilgour, Israel Nash Gipka o Justin Townes Earle garantizan su pervivencia. Los celestinajes de la MTV constituyen la quintaesencia de una fórmula de negocio alimentada por el más repugnante fariseísmo. ¿Videos? Parafraseando a Jaime, disculpen si me corro en su muy maniquea, lívida, artificiosa, rapaz y avejentada boca.