Leo en la enciclopedia que el rugby lo inventó en 1823 un estudiante británico llamado William Web Ellis, cuando desobedeciendo las leyes no escritas del fútbol primitivo tomó el balón con las manos. Veinte años después los dos deportes habían separado por completo sus reglas. Ya saben que «el fútbol es un deporte de caballeros practicado por villanos, y el rugby es un deporte de villanos practicado por caballeros». La distancia entre ambos no puede ser más violenta. Mientras los futbolistas amasan millones, sus aficiones compiten en hooliganismo y algunos periodistas adulan al poderoso, la gente del rugby presume de olimpismo. No protestan las decisiones del árbitro y, en vez de citarse en el túnel de vestuarios, practican el tercer tiempo. Sanan con cerveza sus heridas. Lejos de lloriquear en la sala de prensa, ocultos por los botellines del patrocinador, se los beben con sus rivales.

En La Guerra del fútbol Kapuscisnky recuerda como en 1970 El Salvador y Honduras fueron al combate tras un partido. En cuatro días murieron 2.000 personas. Tampoco olviden a los infames milicos argentinos, que ocultaron las desapariciones bajo el capazo dorado de la Copa del Mundo. El mismo trofeo, pero en el rugby, fue aprovechado por Nelson Mandela para reconciliar a una nación. No es por ponerme fino, pero el fútbol, tragedias aparte, ha evolucionado en un deporte consagrado al nepotismo, la mala educación, la falta de conducta y el sucio proceder de personajes grotescos, ciegos de egolatría. Si todavía creen en los caballeros, en la hermandad del anillo, en aquel grupo salvaje que partía hacia la muerte sonriendo, busquen donde las porterías tienen forma de H.
Hoy, al leer estas líneas, quizá el VRACQuesos Entrepinares se haya proclamado campeón de liga. También pudiera ser que el Ordizia, club de Guipúzcua, haya roto el hechizo. Sea como fuere, gloria a los vallisoletanos, del Quesos y El Salvador, que contra pronóstico y trending topics mantienen vivo un deporte de príncipes. Ajenos a las modas, buscan el Grial y cazan dragones.

Julio Valdeón

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