La nostalgia ya no es lo que era, sentenció la bella Simone Signoret. Aun a riesgo de contradecir la lúcida sentencia de tan impagable dama, de caer por la no siempre digna pendiente de la melancolía, uno no puede teclear sobre Bert Sugar sin añoranza. Sin concluir que, efectivamente, perdemos a un gigante. Un periodista de otro tiempo y acaso otra raza, no sé si mejor o peor, pero desde luego más acuciante, imaginativa, sorprendente y épica que la que hoy gobierna. Un escritor sin molde que hizo buenas nuestras fantasías respecto a la profesión.
Aunque Norman Mailer se empeñara en retratar a los tipos que escribían sobre boxeo como fulanos cocidos en nicotina y deudas, Sugar lo contradijo con una carrera digna de un campeón del mundo de los pesados. Acaso no haya habido en el siglo XX otro periodista deportivo con su desparejado carisma, su sonrisa cínica, su erudición, su fervor y su estilo, su inteligencia e ironía.
Autor de casi 90 libros, nada o nadie escapaba a su conocimiento del cuadrilátero, su fauna y mitos, príncipes y canallas, que luego mostraba en unas crónicas de barba crecida. Artículos poderosos. Que hoy son fetiches para quienes profesan en la adoración de un trabajo, el periodismo, que boquea con respiración asistida.
Nacido en Washington D.C. en 1937, estudió en las universidades de Maryland y Michigan. Como buen estadounidense, creía en la necesidad de borrar su pasado para pintar otro, a la luz del mito que ibas construyendo. Sabemos que pasó por innumerables empleos, incluido el de la publicidad, antes de forjar sus armas en la escritura deportiva. Editor entre 1969 y 1973 de la revista Boxing Illustrated, entre el 79 y el 83 de Ring, y de nuevo en Boxing desde 1988, su enorme puro, fular y sombreros constituían una presencia indómita para una disciplina necesitada de grandes cronistas.
Como escritor, pocos han superado sus piezas sobre Ali, Frazier o Sugar Ray Robinson. Su amigo Allen Barra, en la pieza que le ha dedicado en The Atlantic, subraya que entre sus devotos lectores figuró Albert Camus. Recuerda también su generosidad para con los periodistas bisoños y su gran corazón, enjaulado en una fachada a prueba de sentimentalismos. O sus legendarias noches en el O’Reilly’s, mítico bar irlandés junto al Madison Square Garden donde regalaba a sus acompañantes con cientos de historias sobre el boxeo y sus héroes.
Más importante todavía: según Barra, y otros muchos, Sugar fue un incansable luchador en favor de los boxeadores, siempre enfrentado a los promotores y mafiosos que hicieron del ring coto de caza mayor. Respetado por todos, buen amigo de los campeones sonados y de las estrellas, podías encontrártelo cualquier día en gimnasios como Gleason’s, allá en su actual sede de Brooklyn, donde entre otros muchos entrenaron Jake LaMotta o Mike Tyson.
«Enciclopedia humana del boxeo», le ha llamado el New York Times, para después glosar los títulos que firmó junto a José Torres o Floyd Patterson, sus incontables volúmenes sobre béisbol, otro deporte que adoraba, su conocimiento de las carreras de caballos y, en general, el cuidado que ponía en cada artículo, su asombrosa capacidad para diseccionar un tema sin resultar pedante, su increíble colección de recuerdos relacionados con el deporte, su voz de oso bueno y grande, sus bromas ásperas y su capacidad para resumir, entre calada y calada al puro, un siglo de tormentosas luces y chispeantes sombras aupadas a un ring donde los dioses triunfan y mueren.
Comentarista en radio y televisión, apareció, haciendo de sí mismo, en películas como Rocky VI o el olvidable remake de 1992 de la soberbia Night and the city (la inolvidable, la obligatoria, la rodó en 1950 Jules Dassin). Le sobreviven su esposa, con la que estaba casado desde hacía 52 años, una hija, cuatro nietos y un puñado de libros que descienden sobre este tiempo de reporterismo a la baja con musculada respiración de clásicos inmarchitables.
Bert Sugar, periodista, nació el 7 de junio de 1937 en Washington D.C. y falleció el 25 de marzo de 2012 en Nueva York.