Micah True, Caballo Blanco, icono del atletismo, o mejor del ultramaratón, fue encontrado muerto en un remoto enclave del desierto situado entre Arizona y Nuevo Méjico. Llevaba cuatro días perdido. Había salido a recorrer 20 kilómetros, apenas un tentempié, un aperitivo como entrenamiento para quien conocía los cañones, trochas y mesetas del Sudoeste salvaje al dedillo. Encontraron su cadáver tras una búsqueda en la que participó más de medio centenar de personas, sentado junto a un riachuelo, las piernas hundidas en la corriente. A su lado, una botella.

Como era previsible, la imagen ha desatado la pulsión lírica de los hacedores de esquelas, patrones del moscón y la lápida que hablan de un muerto entre cáctus, sin atender demasiado al posible colapso cardíaco. Llega el final para el hombre que nació en Colorado en 1954 y era señor de la carrera infinita. Profundo conocedor de los resortes íntimos del sufrimiento atlético. Embajador de una suerte de maratón que sobrepasa la medida helena del deporte para hacerse soluble en algo que leyendo a sus partidarios definiremos como autoconocimiento agónico. Una pelea contra el subidón de lactosa y la falta de agua con resonancias épicas en parajes lunares o marcianos.

Por lo demás, True organizaba carreras en el desierto. Las promocionaba como un cruce de deporte, antropología y aventura. Su talento para la larga distancia lo había forjado siguiendo las enseñanzas de los indios tarahumaros. Al igual que los bosquimanos y otras tribus, estos habitantes de la Sierra Madre Occidental, al norte de Méjico, son conocidos por su capacidad para recorrer grandes distancias a la carrera. A veces hasta 250 kilómetros en dos días. Lo hacen descalzos, o con unas sandalias de suela fina como papel. Así, atravesando los corredores desérticos, se comunican los integrantes de los diversos asentamientos. Y cazan. Se estima que hay unos 60.000 tarahumaros, repartidos en unas montañas tan salvajes que incluso reciben la visita del jaguar. Su técnica y facilidad, su asombroso desempeño en un medio tan hostil, fue estudiado por un True que venía de superar una lesión que a punto estuvo de apartarlo de la práctica deportiva.

Como él, otro hombre, Christopher McDougall, autor de Born to run -el libro, no la canción de Bruce Springsteen- observó fascinando lo que eran capaces de hacer. Fruto del análisis de este colaborador de New York Times nació un bombazo en las listas de ventas, en el que por supuesto figuraba True como embajador de los tarahumaros. Vibrante y entretenido, Born to run especula con la idea de que las modernas zapatillas son las responsables de muchas de las lesiones de los deportistas, o al menos inductoras, si bien todavía falta un estudio que lo corrobore. Entre tanto, la idea queda como florero romántico, a colocar en la estantería zodiaca, la misma que contempla con sospecha los medicamentos e insiste en afirmar que el mejor de los mundos fue previo al jabón o la pantalla táctil.

Director de la ultramaratón del Cañón Cooper, Michael Randall Hickman -pues ese era su nombre completo- prefirió la práctica a la teorización y dedicó sus mejores días a correr y entrenar por un territorio que se extendía hacia las montañas que Bogart y Huston recorrieron en busca del tesoro. En la región de Gila, bautizada en honor al irisado monstruo que custodiaba el oro del primero, Caballo Blanco reinó como heraldo plenipotenciario de una forma de entender la práctica deportiva que tenía poco que ver con la cansina arborescencia mercantil del fútbol, con la marea de plásticos y vedettes que ensucian el hogar del leopardo de las nieves, y sí con una forma de vida menos chillona. Había encontrado en el desierto, el mismo que cantan Cormac McCarthy Don DeLillo, su tierra prometida, y en la carrera, una bella fórmula de salvación personal.

Micah True, atleta, nació en Colorado (EEUU) en 1954 y fue encontrado muerto el 27 de marzo de 2012 en Gila (Nuevo México, EEUU).

Julio Valdeón

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