«Música cósmica americana». Así definió Gram Parsons la suculenta fragancia, maridaje de country con rock, folk y soul que él patrocinó en los 60. Visionaria y contracultural, la suya fue una declaración de amor a la música de raíz estadounidense, en la que participó desde su fundación el bajista y pianista Chris Ethridge.

Fallecido el pasado lunes a los 65 años, víctima de un cáncer de páncreas, Ethridge había nacido en el Estado de Misisipí, aunque ya de joven se trasladó a Los Ángeles. Allí conoció a Parsons, justo cuando éste ideaba su enésima jugada para abrazar un éxito comercial siempre caprichoso, esquivo a lo largo de una carrera en la que a menudo figuró Ethridge como escudero. Su primera colaboración con Parsons sería en 1968, cuando fue reclutado para tocar con la efímera International Submarine Band. El grupo engendró un único disco, Safe at home, piedra fundacional del country-rock. Después del paréntesis de Parsons junto a los Byrds, con los que grabó el monumental Sweetheart of the rodeo, los dos amigos volvieron a juntarse en otra fascinante aventura, los Flying Burrito Brothers, para la que también enrolaron a otro miembro de los Byrds, Chris Hillman.

Ethridge participó en su álbum de debut, el eterno The gilded palace of sin (1969), donde encontramos elementos tan heterogéneos como la doliente Sin city o las versiones de Do right woman y Dark end of the street, himnos soul en las voces de Aretha Franklin y James Carr. También presentaba dos temas escritos al alimón por Parsons y Etheridge, Hot burrito #1 y Hot burrito #2.

Tras su salida del grupo, cuentan que a causa de las pobres ventas, Ethridge retomaría su guadianesca relación con Parsons para componer otra gran canción, She.

Exitoso músico de sesión, Ethridge acompañó durante casi una década al gran Willie Nelson, colaboró con la musa de Gram, Emmylou Harris, y con el que fuera miembro de los Byrds Gene Parsons, junto al que refundó los Flying Burrito Brothers entre 1975 y 1976. De nuevo en solitario, su trabajo en las tablas y el estudio lo llevó a participar en discos y giras de Randy Newman, Jackson Browne, Ry Cooder, Leon Russell o Linda Ronstadt. Educado en la tradición del r&b, no sorprende que también acompañara a un pistolero blues como Johnny Winter. Su cualidad más apreciada fue su omnívora soltura para transitar géneros dispares, sólo estancos en la angosta mente de unos puristas siempre estreñidos.

El único socio superviviente de la hermandad de los burritos, Chris Hillman, ha destacado en declaraciones al New York Times el bagaje de Ethridge, quien hermanó con naturalidad los espesos ritmos de los baretos del Delta y su blues acústico con las ensoñaciones irisadas de un country psicodélico, afortunado magma que combinaba con naturalidad a Hank Williams, Bob Dylan, la dupla de compositores soul Moman & Penn o el simbolismo poético.

En una semana en la que también perdimos a Levon Helm, los amantes de la gran tradición musical americana, los que a despecho de modas buscan elixires que ayuden a caminar, discípulos de una manera de concebir la música enemistada con la estrechez mental, lloran a un secundario de lujo. Sobreviven a Ethridge su esposa y cuatro hijos. Lo avalan canciones tan elocuentes, agridulces, poéticas y vibrantes como la citada She, un lamento prodigioso que todavía quema.

Chris Ethridge, músico, nació en 1947 en Meridian (Misisipí, EEUU), donde falleció el 23 de abril de 2012.

Julio Valdeón

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