Cinco párrafos, escuetos y chapuceros, para decretar el fin de 60 años de terror. Ornamentado, como corresponde, con mechas y extensiones de pálida prosa mediocre. Así despide ETA, organización supremacista, su existencia. Una picadora de carne humana. Un imán para psicópatas. Una basura fabricada con basura que asesinó a 853 personas. En nombre, claro está, del ideal político. Lo que demuestra una vez más hasta qué punto cierta política, el incandescente utopismo, sus afanes redentores, blanquean la sangre de los crímenes, los tendones seccionados, las vísceras despiezadas, los globos oculares reventados, la piel quemada. Mate usted a 10 personas, 5 de ellas niños, con un coche bomba cargado de explosivos y líquidos inflamables, como ETA en 1991, atentado contra la Casa Cuartel de Vic, y hablaremos justificadamente de un monstruo. Cometa la ignominia en nombre del pueblo, la patria, dios o cualquier otra fábula de mierda y ya está, ya tiene a los politólogos y a los expertos y a unos cuantos comentaristas dilucidando la complejidad del asunto, los problemas larvados, las frustraciones varias, los complejos sexuales, gastronómicos y hasta papirofléxicos que psicoanalizan la violencia y justifican sutilmente al asesino. Mientras los profesionales de la cementerial equidistancia absuelven sus pecados. Al respecto recuerdo una inolvidable cena con Alfonso Sastre y la inefable Eva Forest en la que la abuelita habló con santa indignación de tantas injusticias que espantan la duermevela del mundo… la misma Forest, qué cosas, del atentado de la Calle Correo, 12 muertos, perdonada gracias a la amnistía del 77. Muchos años más tarde, en 1987, el mismo en el que ETA cometió atentados tan macabros como el de la Casa Cuartel de Zaragoza y el Hipercor de Barcelona, 32 muertos, el afamado dramaturgo, enfermo de odio, concurrió a las elecciones por HB. Con todo hoy toca alegrarse. Nosotros, los demócratas, vencimos. No fue gratis. Quedan los muertos, tan solos. Quedan sus familias, pisoteadas por el nacionalismo. Hegemónico para vergüenza de cualquiera. De cualquiera no contaminado de xenofobia y/o tonto de capirote. Quedan 300 asesinatos por resolver, y queda, como en el epílologo del documental de Iñaqui Arteta, Trece entre mil, esto de Martin Luther King: «Lo peor del siglo XX no han sido los crímenes de los malvados, sino el silencio escandaloso de las buenas personas».