Revuelvo papeles. Libros, carteles, revistas, bolsas de patatas, lapiceros y paquetes de tabaco me miran con sonrisa juguetona. Al fin encuentro, insospechadas, unas cuartillas con vetas amarillas. Joder. Acabo de encontrar la entrevista que le hice en mayo a Clinton Heylin, con seguridad, el mejor biógrafo de Bob Dylan, el más informado, malicioso y certero, autor, entre otros volúmenes, dylanitas o no, de “Behind The Shades Revisited”, “Stolen Moments: Dylan Day By Day”, “Bootleg, The Raise & Fall Of The Secret Record Industry” o “Despite The System: Orson Welles versus The Hollywood Studios”. Resulta que Heylin publicaba ese día “Revolution In The Air: The Songs Of Bob Dylan Vol. 1 (1957-1973)”, un tomo fascinante, que abole la hagiografía y, también, la melaza propia de ciertos dogmáticos, para ofrecer un pantagruélico artefacto en torno a Bob, toneladas de datos bien digeridos, una cronología cuasi canónica y, cómo no, un zafarrancho de ensayos cortados a navaja, de esos que reparten cera con la mandíbula robusta y la lengua suelta.
Nos encontramos en Brooklyn, en la trastienda de la librería donde, grabadora en mano, pinchando oscuras canciones de Dylan, presentaba el libro. Heylin, irónico, me despachó con un punto menos de impaciencia que el que empleara el lobo John Ford en cepillarse al jovezno Bodganovich. Al cabo, parece justo. Biógrafo y biografiado, lejos de cualquier alegoría, convergen en su desprecio hacia el plumilla. Heylin no resulta tan arisco como Bob, pero casi. Al menos, entre suspiro y suspiro, el británico habla.
«El libro me ha llevado dieciocho meses, nueve de investigación y seis para escribirlo. La verdad es que buena parte del trabajo de campo estaba ya hecho».
¿Y que piensa, uh, del Bob actual, por ejemplo del que publicó “Love And Theft”?
«Mi problema con ese disco… Bob llevaba muchas giras a cuestas, sospecho que empleó muy poco tiempo en grabarlo, y se nota, se nota que su voz rasca».
¿”Modern Times”?
«Me gusta mucho más, me parece más emocionante. También añadiría que escribe, siempre, con la vista puesta en el escenario. Lo único que le importa es cantar en vivo sus canciones. Por eso las cambia, por eso siempre están vivas, aunque no sea infalible y no todas las recreaciones resulten igual de buenas. De todas formas la obra de Dylan ha demostrado un poder de pervivencia asombroso. Incluso sus peores discos, y los tiene francamente mediocres, cuando los pones en contexto, ganan. Creo, de todas formas, que “Modern Times” marca el fin de una época».
Heylin, en efecto, todavía no había escuchado “Beyond Here Lies Nothing”, el single que adelantaba “Together Through Life”, «y prefiero no hacerlo hasta que tenga el disco en mis manos». Por delante, y hasta que subiera al improvisado escenario para pinchar “Sign Of The Cross”, esa maravilla inédita (uno la definiría, sin ánimo de hipérbole, como una de sus mejores canciones), o una demo acústica, acojonante, de “Going, Going, Gone”, por delante, decía, teníamos otros quince minutos de charla, pero mejor lo dejamos, cuestión de tiempos, para una segunda entrega.
Con escritores como Heylin sabes que, bajo la mascara chunga, no hay un fulano que juega a licuar prejuicios con espíritu deportivo. Cuando afirma algo lo hace con el aplomo de quien diagnostica un fenómeno, luego de haberlo pasado por el microscopio cien veces. Lo diferencia de tanto psicofante, y Dylan los tiene a millones, su originalidad, dictada por el sentido común; unido a horas de trabajo de campo desala cualquier prejuicio evidente y jibariza hipérboles.
”A partir de 1997 comencé a apartarme un tanto de sus directos. Y desde el 2002 prácticamente no he vuelto a verle tocar. Ahora emplea músicos que lo fuerzan, tal vez demasiado, y su voz lo ha pagado”.
¿No son de mediados de los noventa los legendarios conciertos del Supper Club?
“Cierto, cierto, los conciertos del Supper Club, que Bob pagó de su propio bolsillo, son asombrosos, y hay recreaciones, pongamos de 1995, increíbles, mágicas. En un movimiento típicamente perverso editaron el “Unplugged”, que no está mal, pero palidece, casi de forma patética, ante la majestuosidad de los conciertos que ofreció en Nueva York. Están grabados. Y sería una estupenda noticia que los publiquen”.
Ah, las legendarias chapuzas de Dylan, la primogenitura de canciones menores que aparecían en los discos oficiales mientras joyas de arrebatada belleza eran descartadas por capricho del artista. ¿Deberían de ser esos conciertos del Supper Club el próximo lanzamiento de las “Bootleg Series?
”Mmm, ojala los editen, pero ahora mismo los triunfos mas obvios, los directos más apabullantes de su carrera que todavía no han recibido honores son los de las giras de 1979 & 1980, cuando desplegó una fiereza pasmosa. Y también resulta obligatorio sacar un DVD del 75”.
Cuando el escritor habla de 1980 se refiere a las giras del gospel, donde un airado Dylan creyó encontrarse a Dios en un espejo y salió a predicar con canciones completamente nuevas, de una belleza abrasiva y un fundamentalismo incomodo que perdonamos cuando a Mahalia Jackson o al Johnny Cash del apostolado perpetuo (tal vez porque Cash siempre fue mucho mas entrañable, más humano, que el hosco Dylan). La gira del 75, por supuesto, es la memorable “Rolling Thunder Revue”.
¿Y el mito del Dylan mercurial, de la trilogía que va de “Bringin’… a “Blonde On Blonde”?
”Imbatible, claro, pero déjeme que le diga que los mitos son falibles. Por ejemplo, es cierto que Dylan vive un renacimiento desde “Time Out Of Mind”, pero ese disco no aguanta la más minima comparación con, por ejemplo “Street Legal”, que gracias a la remasterización ha demostrado ser una cumbre. Ah, y hablando de mitos, para mi, el periodo más esplendido de Bob Dylan como compositor no fue antes del accidente, sino después, en 1967. Esto contradice todo lo escrito por miles y miles de críticos, fans, etc., y es cierto que el periodo previo a Woodstock cuenta con canciones enormes, ”Like A Rolling Stone” o “Visions Of Johanna”·, que quizá sea el tema mas perfecto de toda su carrera, pero es que lo que grabó con The Band, las cintas del sótano, y la tonelada de canciones que quedaron inéditas, constituye la cumbre de sus poderes poéticos y musicales”.
Tal vez si algún día se edita una Box Set con todas las canciones, libre además de los emplastes que Robertson añadió en el estudio…
”Pues la gente certificaría hasta que punto el Dylan post/surrealismo, que por cierto seguía consumiendo drogas con evidente gula, vivió un periodo dorado en los bosques de Nueva York”.
Entre tanto, a la espera del milagro, consolémonos con piratas como el quíntuple “A Tree With Roots”, donde, con calidad variable, se encuentran muchas de aquellas canciones.

Julio Valdeón

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