Mi infancia son viajes, rumbo sur, junto a mis padres y mi hermano, en aquel citröen blanco, camino del Mediterráneo, mientras Serrat, que ayer cumplió 77 años, pintaba de azul el largo atardecer. Mi infancia, qué cosas, son recuerdos de un país más pobre, con los puños de la camisa algo gastados por el uso y las guerras, ojeroso de hambrunas y batallas, circunnavegaciones y cartillas de racionamiento, catedrales empapadas de luz y sangre de toro, lecturas de Machado y Cela, Delibes y Alberti, Lorca y Cernuda en vena, gallo rojo/gallo negro de san Chicho Sánchez Ferlosio, una televisión española donde durante hora y media Octavio Paz, Vargas Llosa, Vázquez Montalbán, Savater, Jorge Semprún y Juan Goytisolo debaten sobre el compromiso de los intelectuales, convocados en el 50 aniversario del II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia en 1937. Mi infancia es mi padre al volante del coche, recitando el poema de Gerardo Diego al ciprés de Silos o las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique, tarareando a Concha Piquer, Estrellita Castro, Jorge Negrete, Paco Ibáñez, Carlos Gardel y Labordeta, o contando anécdotas de Tierno Galván, Santiago Montero Díaz, Ramón Carande o Tuñón de Lara. Mi infancia son goles de Quini y más adelante de Butragueño, Barrio Sésamo en una televisión que absorbía el magisterio de Jim Henson, y leer en ediciones no expurgadas a Robert Louis Stevenson, Julio Verne y Emilio Salgari, sin olvidar el rock and roll y el cine de serie B y el gusto por la mejor cultura popular en unas mañanas de sábado en RTVE que hoy serían denunciadas por pudrir las mentes infantiles. Serrat cumple 77 y yo, asomado a esa campaña del Ministerio de Igualdad, Instituto de las Mujeres (sic), que parece un manual de la Sección Femenina, no puedo evitar cierta saudade por una España sedienta de transgresión y concordia y tan lejana como la Alejandría de Durrell. No descarto que me traicione la nostalgia, que todo lo idealiza. Pero tampoco excluyo que aquella gente y aquel país fueran un poquito más tolerantes, sugestivos, inteligentes y vibrantes que el páramo retrógrado que algunos quieren legarnos.