En Nueva York, hace diez años, ocho millones de almas sintonizaron la emisora de Dios. Sonaba un vals apocalíptico. Un rock and roll de miedo y muerte. El blues del terrorismo alumbra sociópatas. Alimoches que para disfrazar su necrosis neuronal ondean banderas. La diferencia entre el camello que asesina a otro camello por una esquina y el terrorista que pone panza arriba un coche equivale a cero. Cero… y el bla bla bla romántico de quienes buscan traumas, ideología, lucha de clases o contrarrevolución en los colmillos de una cobra. Mientras discutes si es jinetera del odio o hija de la pobreza, zas, vuelve a moderte.
Aquella mañana del 11 de septiembre de 2001 no hubo un fulano con barba blanca y ojo único encerrado en un triángulo pinchando a Juan, el desterrado en el Egeo. Tampoco un Lex Luthor o un Fu Manchu con capacidad para voltear la historia. No digan que Bin Laden cambió el mundo porque la nana, desde que Caín apioló a Abel, huele a sepultura y llanto. El terrorista invoca derechos atávicos o creencias mágicas. El asesino común, vecinal, agropecuario, te apiola por una bronca en el semáforo ámbar. Luego, frente a los inspectores, miente cual libro sagrado. Ni el fanático tiene móvil conectado a la centralita divina ni el camello dice media verdad tras leerle Miranda. Hace diez años Nueva York amaneció pisoteada por los bárbaros, pero la ciudad que acaricia vientos no distingue entre malhechores. Pistoleros de fin de semana o imanes con metralleta, chiflados con licencia para estrellarse o borrachos enloquecidos por la luna de agosto, a todos los despacha con mueca laboriosa.
Obviemos pues a los bellacos. Sólo cuentan las víctimas. En los días posteriores al 11-S las parejas rompieron camas y una fosforescencia de jadeos iluminó el espacio. Hoy, cuando los paletas de élite colocan metales en las alturas del downtown, los niños concebidos entonces acuden a las vigilias. Al concluir la ronda de salvas volverán a los parques; los albañiles, en sus andamios, seguirán a lo suyo, a repoblar los cielos con acero. Proyecto en marcha, juego infantil levantado contra los camelleros de la historia, le sobran vísceras. Quisieron amargarla con un haz de bombas y al cabo espolearon su galope. Su éxtasis de almena inexpugnable. Su prisa y su risa. Su ingenio refractario a la derrota. No hay dios o diablo capaz de noquearla. Mientras el nombre del siniestro es sinónimo de oprobio, ella luce cuerpo biónico. Entre las babas del Hudson, la libertad sonríe.